Rusia estrena su primer robot humanoide: AIdol presume de tecnología propia, pero su debut acaba en una caída que destapa un proyecto aún verde

La presentación del robot en Moscú estaba calculada al milímetro… al menos sobre el papel. AIdol aparece en escena acompañado por dos técnicos, con la banda sonora de Rocky sonando de fondo como si aquello fuera un combate por el orgullo nacional. El robot avanza despacio, con un movimiento corto y rígido, levanta el brazo para saludar al público, y en ese momento algo se tuerce. Literalmente.

En los vídeos se ve cómo empieza a inclinarse hacia delante, intenta corregir con un par de pasos vacilantes y, durante un segundo, parece que va a recuperar la vertical. No lo consigue. El cuerpo completo se vence hasta que acaba golpeando de lleno contra el suelo, entre las exclamaciones del auditorio. Dos personas salen corriendo a apagarlo y arrastrarlo fuera del escenario, mientras otra intenta cerrar la cortina a toda velocidad, como si así se pudiera borrar lo que acaba de pasar.

El clip dura apenas unos segundos, pero tiene todo lo necesario para volverse viral: la puesta en escena grandilocuente, la torpeza del robot, el golpe final y el intento algo desesperado del equipo por tapar el desastre con una tela negra. Para un país que lleva años hablando de competir con Estados Unidos, China o Japón en robótica e inteligencia artificial, el simbolismo del morrazo no podía ser más cruel.

Qué pretende ser AIdol y por qué no es un simple “muñeco”

Más allá del ridículo inicial, AIdol no es un juguete ni un prototipo improvisado. El proyecto nace del laboratorio Artificial Intelligence Dynamic Organism Lab y se presenta como un robot humanoide capaz de trabajar de forma autónoma durante unas seis horas gracias a una batería de 48 voltios.

Según la ficha proporcionada por sus creadores, puede caminar a unos 6 km/h, operar tanto conectado como desconectado de la red, transportar alrededor de diez kilos y manipular objetos, todo ello coordinado por un sistema de IA que gobierna movimiento, equilibrio y comunicación.

La empresa insiste en un dato que va mucho más allá de lo técnico: afirma que aproximadamente el 77 % de los componentes del robot son de origen ruso y que su objetivo es acercarse al 93 % en futuras versiones. En un país sujeto a sanciones y restricciones de exportación, ese porcentaje se utiliza como argumento de “soberanía tecnológica”, como prueba de que pueden avanzar sin depender tanto de proveedores extranjeros.

En el apartado más “humano”, el robot integra 19 servomotores en la cara para recrear expresiones. Sus responsables hablan de más de una docena de emociones básicas y cientos de microexpresiones, recubiertas por una piel de silicona que intenta imitar la forma en que se deforma un rostro al sonreír, fruncir el ceño o mostrar sorpresa.

Para completar el catálogo, existe incluso una versión de sobremesa, solo con cabeza y torso, pensada para colocarse sobre una mesa y mantener conversaciones cara a cara. Teniendo en cuenta el aspecto, algunos comentarios han bromeado con que esa variante “al menos no se caerá al suelo”.

La explicación oficial: un error de calibración disfrazado de “experiencia”

Después del golpe, el CEO de Idol, Vladimir Vitukhin, tuvo que salir a dar explicaciones. Lejos de esconderse, intentó convertir el fallo en relato. Habló de “aprendizaje en tiempo real”, de errores que se transforman en conocimiento y experiencia, y subrayó que AIdol sigue en fase de pruebas y que la caída se debió a problemas de calibración en los sistemas de equilibrio.

Desde un punto de vista técnico, su versión es creíble. Que un robot humanoide se caiga no es ninguna rareza: basta con que un sensor mida mal la inclinación del cuerpo, o que la respuesta del software llegue unas décimas tarde, para que la gravedad haga el resto.

La diferencia, en el caso ruso, es el escenario. No se trataba de una prueba interna en un laboratorio, sino de una presentación oficial pensada para mandar un mensaje político y tecnológico muy concreto. AIdol no solo tenía que caminar: tenía que simbolizar que Rusia seguía en la carrera de los humanoides.

Aparte de los memes tipicos, en la prensa y en foros tecnológicos de dentro y fuera de Rusia, el episodio se ha leído también en clave política. Para algunos, la caída se ha convertido en una metáfora fácil de la distancia entre el discurso oficial sobre innovación y la realidad de muchos proyectos, atrapados entre la falta de financiación, las sanciones y la fuga de talento. Otros, más benevolentes, recuerdan que hace apenas unos años los propios robots occidentales protagonizaban escenas igual de torpes y que la única diferencia ahora es que todo se retransmite al instante.

Lo que está claro es que el vídeo del robot estrellándose contra el suelo ya forma parte del imaginario colectivo. Durante unos días, AIdol ha sido poco más que un meme. A largo plazo, su historia dependerá de algo mucho más aburrido y difícil de grabar en un clip viral: horas de calibración, líneas de código corregidas y nuevas versiones que, con suerte, consigan hacerlo más humano: aprender del batacazo y levantarse.

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